En una habitación del fondo de la casa
de la abuela colgaba de un clavo, tal cual lo había puesto
mi abuelo paterno a quien no
conocí, una foto desteñida de un viejo
de barba blanca y mirada profunda que,
según decían , tenía poderes sobrenaturales.
Cierta vez , cuando era chica , pregunté:
-Abuela ¿Quién es ese hombre? y ella me
respondió:
Es Pancho Sierra, hija.
Solo eso me dijo la abuela en aquel
momento y yo no pregunté nada más.
La gente de antes era así, no era
costumbre darles explicaciones a los chicos, ni éstos preguntar demasiado a los
grandes, al fin y al cabo para eso uno contaba con el preciado don de la
fantasía.
A su tiempo llegaría la claridad necesaria, el conocimiento ,
despejando las dudas si subsistía
la curiosidad por algún episodio que nos había interesado , de lo
contrario, dormiría la anécdota en el olvido
como una fugaz inquietud de las
tantas que se plantean a lo largo de
la niñez.
La casa de la abuela era grande y larga; la típica casa chorizo de
principios del siglo XX.
Tenía varias habitaciones en desuso
que ella nombraba por la función que
habían cumplido en los primeros tiempos de la familia, es decir, cuando estaban todos ,
antes del éxodo que dejó la casa vacía de ocupantes y cargada de recuerdos.
La habitación del
fondo la conocíamos como
” La pieza de los expedientes” y
estaba separada de la vivienda principal.
Para acceder a ella había que pasar al “segundo patio” donde
estaba el limonero, eternamente apestado, los almácigos de Marta, la higuera
donde habíamos enterrado el tero y el tanque de agua llovida donde una vez se
cayó Pancho.
Por los detalles de su arquitectura,
que me recordaban la casa de Tucumán ,
supongo que su construcción era más
antigua que el resto de la
casa.
Dentro de esta habitación había
una estantería de madera en la cual se archivaban muchas carpetas
de asuntos viejos del estudio ,
una mesa destartalada donde
,según contaba la abuela , papá había estudiado
toda la carrera de abogacía, en un rincón, un violonchelo sin cuerdas que había pertenecido a un tío de
papá, un fuentón de aluminio y por supuesto , sobre la pared mirando
al frente la misteriosa foto de
Don Pancho Sierra.
Un día, cuando era más grande, alguien
me explicó que la imagen había sido puesta en la parte más extrema de la casa
porque teniendo el santo desde allí una
vista panorámica podía amparar a todos integrantes de la familia.
(Pancho Sierra, por los datos que he
podido extraer de su biografía, nació en Salto en la provincia de Buenos Aires
en el año 1831, era hijo de hacendados y estudió en la Universidad de Buenos
Aires hasta el cuarto año la carrera de medicina.
Su actividad como sanador comenzó a
ejercerla a partir de la muerte del único amor de su vida, Nemesia, hecho que
lo sumió en una profunda depresión.
Para curar realizaba un ritual con
agua fría extraída del pozo principal de su campo. Por eso se lo conoce como el
“doctor del agua fría o El resero del
infinito”.
Su fama, que en principio era local,
con el tiempo se popularizó, venían a verlo hasta su estancia personas de toda
la provincia buscando su bendición y ayuda para resolver problemas, aún después
de su muerte continuó siendo invocado por sus creyentes).
Cada tanto un impulso me lleva a la casa de la abuela aunque no se
bien qué es lo que busco.
La misma pregunta se debe formular
quienes retornan de visita a su pueblo natal o se detienen a observar la vieja
casa paterna o el barrio de la infancia.
Hoy estuve allí en nostálgica
recorrida.
En la habitación del fondo cada vez
más abatida por el paso insondable del tiempo
restos de expedientes que se deshacen en la mano al levantarlos del
suelo dan prueba de firmeza o de lealtad, no sé como describirlo.
Entre ellos , supongo , porque se ha
caído , estará la imagen
obstinada de Pancho Sierra , resistiendo
al derrumbe y cumpliendo por más
tiempo que el requerido su promesa fiel de proteger a los moradores .
Aquí a solas me encuentro en la habitación
del fondo, en la cual mi abuelo, a quien no conocí por asuntos que no vienen al
caso, había colocado la foto de un gaucho sanador.
En ausencia de todos siento el deseo
de rebobinar el tiempo, si pudiera volver a verlos….aunque sea un rato…
Entonces , un pensamiento irracional
me invade :
- Tal vez el santo !!! , me digo y rompo el silencio
para invocarlo:
-Pancho Sierra, ¿estas ahí?
-Pancho Sierra, ¿estas ahí?
Silencio absoluto.
El santo no me ha respondido.
Pancho Sierra, ya no estás ahí, o
quizá si, pero de otra manera, quizá estés por siempre en mi corazón y en el
recuerdo de esa pared de barro donde posó alguna vez tu foto que me remontan a
mi infancia cuando te vi por primera
vez.
María Cecilia Repetto
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