EL GATO EN LA NAVIDAD
Nunca tuve predilección por los gatos y, a decir verdad,
por ningún animal doméstico con excepción de una tortuga a la que le he puesto
de nombre Rosa que se ganó mi simpatía a fuerza de quedarse a mi lado en las
tardes de sol cuando me siento en el patio a leer el diario.
Pese a ello, en casa siempre ha habido algún gato dando vueltas quienes, con un arte
de seducción del cual deberíamos aprender los humanos, me han llevado al convencimiento de los beneficios de tener mascotas
en los hogares, sobre todo en las que hay
niños, por el cariño que regalan y la compañía que brindan.
El gato de quien les quiero hablar llegó a casa cuando tenía unos pocos meses de vida.
Mis hijos eran chicos en aquel entonces y el pobre animal
superó varias pruebas de supervivencia llevándonos
al convencimiento, pese a su edad temprana, de que habíamos dado con un animal extremadamente bueno.
Tal vez por pereza mental, como solía decir papá, o porque se nos pasó por alto, lo
cierto es que al pobre gato nunca le oficializamos
un nombre.
Hubo, eso sí, una
especie de libertad de acción , un acuerdo tácito tal vez , para llamarlo como cada
uno quisiera o le gustara ,aunque con el
correr del tiempo , nos
acostumbramos a decirle preferentemente “
Gordo” por ser el apodo que más combinaba con su apariencia y sus
ansias permanentes de comer todo lo que estaba a su alcance .
Debo admitir que conmigo siempre el trato fue más frío pero era por esta
indiferencia mía que les comentaba hacia los animales domésticos y además por mi
rol de ama de casa.
Sucede que el felino transgredía sin culpa las normas de higiene,
llenaba de pelos los sillones o bautizaba con sus orines alguna planta recién
comprada para adorno del living o bien
se subía a la mesa recién servida aprovechando la distracción de los
comensales.
Todos esto motivaba mi ira y amenazas que acompañaba con frases
como “fuera de acá gato de porquería “ u otras más
contundentes pero que no sería decoroso aquí transcribir (uno de entrecasa habla así,
luego cuando sale refina el vocabulario) de todos modos esto es ya parte de la antología familiar que sería mejor olvidar por respeto a
quienes ya no están con nosotros.
Tal vez alguien al
pasar por mi vereda lo habrá visto porque a él le gustaba sentarse orondo cada mañana en el umbral de casa y desde allí miraba con displicencia a los que pasaban y los que pasaban lo miraban a él porque
parecía un adonis griego posando para una escultura en mármol.
Había que verlo, nadie podía negar su elegancia, su porte de gato siamés.
Quienes tienen animales en la casa entenderán si les cuento que para nosotros este gato con el tiempo pasó a ser considerado como un
miembro más de la familia.
Comprenderán también si les digo que sus asuntos , llámense ,enfermedades, alimentación,
hospedaje en periodos de veraneo ,entre otras, eran temas
que se trataban en la mesa con
seriedad y formaban parte de la agenda de prioridades familiares.
Pero ocurre que la vida de los animales son, por lo general,
más breves que la de los humanos y ocurre también que el tiempo pasa volando y
cuando queremos acordar el gato o perro o lo que fuere, en este caso, nuestro gato, comienzan a vislumbrar signos de abatimiento,
le aparecen canas rodeando su cabeza y un ritmo cansino que nos advierte que ya
no es el de antes, que se ha puesto viejo.
A nosotros nos pasó que el gato además de envejecer, comenzó
a adelgazar de golpe y no hubo remedio
ni tratamiento a nuestro alcance para
detener su enfermedad.
Yo diría , ahora
que medito, que al concluir su ciclo vital, se entregó con
dignidad al destino inevitable de los seres vivos.
La noche que el gato murió fue largo nuestro silencio y
triste la despedida.
Lo enterramos bajo la magnolia en una ceremonia sentida,
como quisiera fuera la mía cuando dios disponga, sencilla, breve y solo los deudos.
Y dirán que tiene que ver esto con las fiestas que
menciono en el título de este artículo.
Ocurre que la celebración navideña tiene un
condimento nostálgico, o lo tiene para mí, no sé, que hace que se sientan más
los espacios vacíos.
Y pensaba, ahora
que han comenzado a brillar las luces de los arbolitos en los hogares , que
este año extrañaremos su presencia bajo la mesa , como también se extrañan cada año la de aquellos otros que han partido antes
y cuyo recuerdo golpea
más fuerte la puerta del corazón en estas fechas .
Pero, quien sabe, me decía, tal vez sean esos espacios vacíos los que nos llevan a profundizar en el sentido de la vida , en el valor de los afectos, en las
prioridades cuyo orden a veces se
invierte perdiendo de vista lo que es verdaderamente importante.
Y estos
pensamientos son , a su vez ,los que le dan sentido a la Navidad que significa la
esperanza , lo nuevo que surge
al final de cada etapa ,es la
templanza para aceptar los cambios y la
lucidez para advertir que de eso se trata la vida.
María
Cecilia Repetto
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