EL RECUERDO DEL INCA EJECUTADO (14-05_2011)
José Gabriel Tupac Amaru, descendiente de los incas,
revolucionario y precursor de la independencia hispanoamericana fue ajusticiado por las autoridades españolas el 18 de mayo de 1781.
Su nombre podría haber pasado a la historia como una víctima más
entre tantos que pagaron con su
vida la osadía de sublevarse contra un régimen tiránico.
Sin embargo, la crueldad desplegada
en oportunidad de su ajusticiamiento
elevó su condición de héroe revolucionario a la de mártir por una causa tan noble como fue
la defensa de los derechos de los pueblos indígenas de América.
Su muerte fue la infeliz consecuencia de su rebeldía contra el maltrato
y la explotación que sufrían los indios
por parte de los delegados de la
corona española.
Su intención era liberar a sus hermanos
de la opresión colonialista y de los abusos de
los corregidores que procuraban enriquecerse en su
propio beneficio y en del rey de España
en cuyo nombre gobernaban las tierras conquistadas.
Tupac Amaru era un hombre instruido circunstancia que le permitió redactar documentos en nombre de los caciques del pueblo alertando sobre el peligro de la
extinción de los pueblos originarios.
A pesar del apoyo de
sacerdotes de prestigio su movimiento no triunfó por falta de
disciplina de los indígenas en las acciones militares y por la inferioridad en armamentos.
Traicionado por uno de sus capitanes,
Tupac Amaru cayó prisionero y fue
condenado a presenciar el castigo de
familiares antes de sufrir el propio.
Con él habían sido apresados,
entre otros familiares, su mujer y dos
hijos.
El castigo a ellos consistió en
cortarles la lengua y aplicarles el garrote, instrumento de tortura constituido
por unas cuerdas que oprimen el cuello y
que estrangulan lentamente.
Esta bárbara escena debió presenciar el jefe indio antes matarlo en forma salvaje.
Cuando le llegó su turno; igual que al resto le cortaron la lengua y después fue atado por los brazos y
piernas a las monturas de cuatro
caballos que simultáneamente empezaron a
tirar hacia las cuatros esquinas de la
plaza de Cuzco hasta despedazarlo.
Se creyó que su muerte serviría de escarmiento ,pero se
equivocaron
Su sangre avivó el fuego revolucionario haciendo germinar, como en suelo fértil, la
semilla de la libertad en los sufridos corazones de los pueblos americanos.
Como explica el historiador
Diego Santillán “Los vencedores no
hicieron con ese espectáculo ningún
beneficio a la causa de los realistas en
América , el recuerdo del inca ejecutado en condiciones tan espantosas ha sobrevivido como una antorcha de rebelión latente, el crimen judicial no
halló aprobación en su tiempo y menos en
los tiempos que vinieron”.
Si es verdad que por la forma de
matar se define una civilización, la muerte de Tupac Amaru nos habla de un entorno
de salvajismo confirmatorio de aquellos testimonios de abusos y maltratos hacia los indígenas durante el período
colonial.
Que el mundo ha evolucionado desde aquel entonces no caben dudas.
El tiempo transcurrido ha permitido que la humanidad avance hacia pautas
de pautas de convivencia superadoras de aquella historia de sangre y horror que jamás podrán
olvidarse.
A pesar de ello, algunas voces que se escuchan cada tanto y a los lejos
nos advierten que este progreso no ha
sido suficiente para construir una sociedad más justa y equitativa.
No puede rehacerse el pasado pero sí aprender de los errores cometidos , sin olvidar , que la violencia es
un término muy amplio que no solo se ejerce a través del maltrato físico sino que también se ejerce con la
indiferencia de los gobernantes.
En este sentido llama la
atención, por ejemplo , que en pleno
siglo XXI las comunidades indígenas de nuestro país sean víctimas de la exclusión
y abusos por parte de las autoridades.
Los reclamos que la comunidad Toba ha estado realizando ante el
gobierno nacional con motivo de la
usurpación que le habría realizado el gobierno provincial de Formosa en
violación a la
Constitución Nacional nos hablan de un país que no protege
debidamente los derechos de los pueblos
originarios.
La comunidad toba "La
Primavera ", formada por unos 4.200 indígenas, es uno de
los alrededor de 30 pueblos originarios que subsisten en Argentina, y que
reúnen en total a unas 600.000 personas, según cifras oficiales
Hace algunos días cuando 150 aborígenes habían acampado en pleno centro de Buenos Aires daban la
impresión de no ser argentinos.
Esta falta de hermandad es producto de la indiferencia de los gobiernos,
de un federalismo irregular y de una sociedad que no ha sido educada para la integración y el respeto a todos sus habitantes.
Cuando han pasado 230 años desde la muerte de Tupac Amaru parece
inconcebible que todavía los pueblos indígenas, a quienes se les denomina
“pueblos vulnerables” continúen en inferioridad de condiciones reclamando como
indigentes por sus legítimos derechos.
María Cecilia Repetto
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