CON EL OPTIMISMO POR EL PISO
Un estudio publicado recientemente da cuenta que la Argentina ocupa el puesto
57 en el ranking de países según el nivel de felicidad de su
población.
Según este informe, Argentina
habría descendido diez lugares en relación al puesto que ocupaba el
año pasado y muy atrás de otros países como Suecia y
Finlandia que ocupan los primeros lugares en cuanto al nivel de bienestar y
satisfacción de sus habitantes.
Tal vez la dirigencia política
debería prestar atención a estos resultados, aunque sea para anoticiarse de que
el malestar no es la sensación de una minoría sino un sentimiento
colectivo causado por problemas que los involucra directamente a ellos.
Muchos podrán decir que sentirse feliz
depende de variados factores, en gran proporción de índole personal .
Pero es evidente que la
armonía social contribuye a que las personas sientan mayor
bienestar en su vida personal o familiar .
Pero cuando el escenario es hostil,
cuando lo que abundan son los conflictos y las dificultades económicas
es inevitable tener una población en estado de zozobra.
Dicen que ocupamos el lugar 57 en el
ranking mundial de la felicidad y yo me pregunto cómo no sentir pesar en un
país donde las ambiciones personales, el afán de superación, la búsqueda de un
trabajo o el intento de desarrollo profesional se enfrentan con un muro de
obstáculos.
Como no sentir angustia si cada día se
ensancha el abismo entre unos pocos privilegiados y muchos
sufridores, con una clase política que defiende sus dietas y olvida sus deberes
hacia la ciudadanía que ya está harta de tantos abusos.
En este sentido resulta obsceno observar
como algunos funcionarios viven como reyes a costa del erario
público en un país con 17 millones de pobres, alrededor de un 51% de niños con
necesidades básicas insatisfechas y un 63% de jubilados que cobran el haber
mínimo, con comedores populares abarrotados, bancos de alimentos desbordados de
pedidos y escandalosas cifras de malnutrición infantil.
A tal punto llega el desencanto que
ciertas expresiones de aliento como el “Si quieres,
puedes “que muchas veces se pronuncian producen un sabor amargo en vez de
servir de estímulo.
Qué podrán decir de estos mensajes los
jóvenes en pleno vuelo, con ansias de trabajar, de afincarse en un lugar, de
progresar, frente a un escenario que frustra todas sus aspiraciones o cualquier
proyección futura, o cuando la alternativa es buscar mejor
suerte en otro país.
Lamentablemente vivimos
inmersos en una realidad en donde la vocación no encuentra su cauce y el
esfuerzo personal tiene poca valía frente a un terreno baldío de posibilidades
de crecimiento.
Las encuestas muestran un pesimismo
creciente sobre el futuro provocado por la falta de un horizonte que vislumbre
que las cosas pueden cambiar y mejorar.
Hoy más que nunca necesitamos de una
dirigencia responsable, coherente, con aptitudes para gobernar el
presente y dispuesta a proponer una hoja de ruta para resolver los problemas
estructurales que arrastramos desde hace mucho.
Pero seguimos a la deriva, perdiendo el
tiempo en discusiones absurdas que confunden las causas con las consecuencias,
con líderes que se miran a si mismo y soslayan sus deberes públicos.
Pienso que la llave de la salida la tiene
la ciudadanía, en su poder de decisión sobre el futuro del país que habitarán
sus hijos, en poner un dique a la corriente que nos ha llevado por un
camino de declive.
No existen las soluciones mágicas para un
país en crisis , ni esperemos milagros: la política debe traernos soluciones y
no problemas, debe mejorar la calidad de vida de la población y facilitar su
bienestar en vez de provocarle angustia como sucede ahora.
María Cecilia Repetto
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