A VUELO DE TERO
Hoy sábado la fuerza de
la costumbre me ha despertado temprano.
Podría haberme levantado antes para aprovechar el día, pero el frío
decide por mí y me retiene un rato más bajo el calor de las frazadas.
Desde mi habitación escucho una bandada de
teros que pasan volando por arriba de mi casa.
Parecen ir en dirección sureste, como si rumbearan hacia la Costa o más
cerca tal vez, hacia el Monte Tordillo.
Al rato escucho que regresan enloquecidos ¿Se habrán olvidado algo? -me
pregunto- ¿Irán a buscar a otros teros que se quedaron atrás en el camino?
Enseguida vuelven a pasar, agitadísimos, como si debieran llegar a
horario y hubieran perdido tiempo, parecen desenfrenados en su alborotado
vuelo.
Poquito después otra bandada de teros volando en la misma
dirección , esta vez son menos , pero igual escucho
estridente su clásico “Teru Teru “
No queda ahí, unos segundos más tarde, dos o tres teros más que
pasan separados del resto parecen cerrar el
desfile aéreo dejando a su paso una estela de silencio.
Todo esto sucede mientras a través de la persiana se van filtrando los
primeros rayos de luz, porque es agosto y ya amanece más temprano.
Quizá pueda resultarle extraño a otros, pero para un dolorense ver una
bandada teros sobrevolar por arriba de su casa o verlos atravesar
la iglesia esquivando el campanario o parados como si nada sobre las vías del
tren, es algo tan natural como sentir llover.
Allí por la Plaza Castelli suelen pasar en vuelo rasante alrededor de
la Pirámide haciendo un rulero para no chocarse con la palmera con una destreza
típica de quien conoce de memoria el territorio.
Ellos han estado aquí desde tiempos ancestrales.
Son descendientes de aquellos “Teros fundadores”, los que
vieron nacer y crecer a Dolores desde el primer día, desde
que era un pueblo de ranchos de adobe y calles
polvorientas ubicado al sur del Río Salado. Han sido testigos de nuestra
historia desde que el Capitán Ramón Lara la fundó el 21 de agosto de 1.817.
Son hijos ,nietos ,bisnietos y choznos de aquellos teros que
huyeron asustados por las lenguas de fuego que se elevaban hacia el cielo
cuando un malón de indios comandados por el Cacique Molina
incendió el pueblo en 1821 destruyendo las pocas viviendas humildes
que había ; que regresaron y posaron sus patitas entre las cenizas
y vieron a los tenaces criollos trabajar por la reconstrucción de este
pueblo ,que fue progresando con el tiempo, a un ritmo pausado ,es verdad, pero
siempre en actitud de avanzada sin alterar su estilo ni su filosofía .
Habrán sido testigos de la Revolución del Sud de 1839 y agitado sus
alas alrededor de la cabeza de Pedro Castelli colgada de una pica
en la Plaza que hoy lleva su nombre.
Ellos han estado desde siempre acompañándonos; si hablaran podrían
contar mejor que nadie sobre los adelantos edilicios que le fueron dando forma
a nuestra ciudad y el impacto en la fisonomía urbana y en las costumbres que provocaron
las olas inmigratorias del siglo XX.
Sin embargo, a pesar de los cambios propios del paso de los años estas
aves pequeñas simbolizan lo permanente y genuino que hay de nosotros.
Porque esa sensación que ellos sienten de estar en su terruño, esa comodidad
que les hace andar con naturalidad es similar al sentimiento que nos produce a
cada uno nosotros vivir en este pueblo.
Es así, con su andar elegante y su sobrio plumaje gris los
teros parecieran recordarnos de dónde venimos, quienes somos, ellos interpretan
mejor que nadie nuestra idiosincrasia y saben de nosotros quizá más que
nosotros mismos.
Con su actitud protectora y una mansedumbre que no es
sumisión, estos animalitos parecieran aleccionarnos sobre lo esencial de la
vida.
Daba gusto verlos durante la cuarentena que impuso la pandemia de
COVID, desafiando con su típico “Teru teru “el silencio de las calles vacías.
Cuando nadie se asomaba ni siquiera a las veredas, allí andaban ellos
haciendo ostentación de su libertad y haciéndome desear ese
disfrute que es andar “suelto” por las calles de Dolores.
Al acercarse un nuevo aniversario de su fundación es oportuno
hacer un alto para reflexionar en las cosas simples y sublimes que ofrece
nuestro pueblo, en el privilegio de ser dolorenses , en el acierto de
haber crecido sin alterar lo esencial, sin esfumar nuestra
identidad, en priorizar los valores de buena vecindad, en preservar a lo largo
de los años el tácito deseo colectivo de seguir siendo Dolores, la ciudad de
205 años donde los teros se pasean como aves por su casa.
María Cecilia Repetto
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